¿Cómo te ves y cómo te ven?
Difícil, egoísta, vanidoso, interesado...estas son algunas de las etiquetas que ponemos a lo largo del día a acontecimientos que nos ocurren o tras interpretar una palabra, gesto o acción de otra persona.
Y, ¿qué es una etiqueta? Es una manera de encasillar, a través del lenguaje, la forma de proceder de uno mismo o de los demás. Cada uno tenemos el poder de tildar situaciones y personas en función de nuestros juicios. Por ejemplo, si un amigo nos ha traicionado se convierte, automáticamente, en un traidor, por lo que, nuestra relación con él estará condicionada por ese calificativo que le hemos asignado. Y, ¿cuál es el riesgo? Percibir, con mayor dificultad, lo bueno que nuestro amigo posee, ya que bajo esa óptica, nos costará ver no sólo que puede no serlo siempre, sino dejar de verle de manera distinta y descubrir sus valores.
Todos podemos ser rencorosos, vengativos, desconfiados pero, por el hecho de serlo, en alguna
ocasión, no nos convierte en ello definitivamente ni conforma nuestra manera de ser en su globalidad.
Etiquetarnos o etiquetar a otros tiene la fuerza de influir en nuestras emociones y acciones y marca la forma de relacionarnos, sobre todo, si éstas son de carácter negativo. Es más, cada vez que etiquetamos, limitamos las posibilidades de comunicación porque en nuestro pensamiento le hemos convertido en aquello de lo que le hemos juzgado. Entonces, clasificar, ¿qué dice de nosotros? ¿qué nos sucede cuando esto ocurre? ¿cómo se traduce en el proceso de interacción social?
Es tal el alcance de esta práctica que genera la denominada “profecía autocumplida”, ¿y eso qué significa? Responder a unas expectativas que nos incitan a actuar en la forma que esperamos de los demás. Esto es, si yo tengo el cartel de revoltoso me comportaré como tal para cumplir con ese papel o representar lo que otros esperan de mí. Y, todo ésto, ¿para qué? Para sentirnos aceptados. Ante el temor de que nos ignoren somos capaces de adaptarnos a nuestras etiquetas, propias o impuestas.
Sin embargo, ¿cómo me hace sentir un determinado rol? ¿cómo me afectaría si me sucede a mí?
Todo cambio se inicia por tomar conciencia de lo que me ocurre y cómo me impacta o impacta en el otro. Evitar etiquetar es algo que cuesta, si bien puedo elegir. Es decir, tener la libertad de salir de las que me impidan avanzar revisando la creencia de la etiquetas que me otorgan y, al mismo tiempo, ser cuidadoso con los conceptos con las que señalo a las personas.
Si yo las cambio descubriré nuevos horizontes y seré capaz de ver más allá de calificativos. Por añadidura, modificaré la relación que mantenga conmigo mismo y con los demás. Aceptando que todos somos amables, generosos, divertidos o embusteros, a veces, nos daremos y daremos el permiso de ser como deseemos en cada momento. Así, nos sentiremos más libres para identificarnos con los atributos que nos definen. ¿Quieres probar?
“Somos más dados a juzgar que a explorar” Aristóteles
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